Él la encontró desorientada, tal cual la habían dejado. Desnuda, llorando, llena de mambos, tirada, abandonada, olvidada.
Y por fin apareció; para vestirla entera de amor, para hacerla reír, para calmarla, para levantarla y no dejarla, y para hacerla renacer en cada caricia.
La fue armando de a pedazos, pintándola de colores, adornándola de mimos. Tocándole canciones. Enseñándole mil cosas. Llegó para salvarla, para hacerla vivir. Para demostrarle y servirle al amor en bandeja.
Y así fue, no se sabe cuando, ni en que momento pasó, pero la frialdad se fue, rodeándose de calidez, de la calidez de sus brazos. Llegó para hacerla sonreír de placer, para hacerla dormir. Para quererla, de verdad. Para caerse con ella y levantarse juntos. Él llego para secarle las lagrimas, acompañarla en las risas, para sacar la soledad y compartir la felicidad.

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