Casi sin espíritu, sin un poco de alma viva, sin moral, sin autoestima. Sin ganas. Atormentada. Dolorida, aturdida.
Cansada de todo, eso era. Estaba cansada, harta. Se lo veía en sus ojos, medios achinados, con ojeras. Caminaba por la vereda, sin parar de pensar en un solo segundo. Caminaba casi sin darse cuenta de que caminaba, sin saber en donde estaba, iba perdida, perdida en si misma. El viento frío, que helaba su nariz, le pegaba en la cara, le hacia mover los rizos, le hacia erizar la piel. Hasta el frío de los últimos días de invierno la herían.
Estaba herida.
Todo se concentraba en eso, en esa herida que le dolía en el mas profundo de su triste ser. Es que ya no aguantaba taparla, eso duraba unos días, pero siempre se volvía a sufrir, porque volvía a doler. Volvía a doler como si le pusieran gotas de alcohol al mas grande corte.
La chica de la mochila verde, esa era ella. Con el pañuelo algo indu, con el elefante de la suerte que no le trajo tanta suerte, quizás, con sus jeans, sus converse, su campera preferida, la cual tuvo mas que mil anécdotas. Esa era ella.
Esa era yo.
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